La noche cayó lentamente sobre la ciudad de Boa Vista, en el norte de Brasil, donde el murmullo del viento se mezcló con el sonido de risas y música. En medio de luces y ruidos, los venezolanos se reunieron en un pequeño albergue que se convirtió en su nuevo hogar.
Entre ellos se encuentra María, una madre soltera que dejó su vida en el estado Bolívar en busca de un mejor futuro para su hijo. La decisión de emigrar no fue fácil, pero la situación de su país la llevó a hacer lo imposible. Con una mochila, emprende su viaje, dejando atrás a amigos y familiares pero con la esperanza de empezar de nuevo.
Un torbellino de emociones
El primer día en Brasil fue un torbellino de emociones. El portugués le resultaba extraño y la incertidumbre la rodeaba. Sin embargo, la calidez de los brasileños y la solidaridad de otros inmigrantes le dieron un respiro. En el centro conoció a Ana y Javier, una pareja que había llegado hacía semanas. Rápidamente se hicieron amigos, compartieron historias y risas, formando un vínculo que fue fundamental para sus nuevas vidas.
Pasaron los días y a pesar de los momentos difíciles, María se dedicó a buscar trabajo. Con la ayuda de Ana, que habla portugués con fluidez, consiguió trabajo en una panadería local. Allí se sintió agradecida por cada croissant que horneó, recordando el aroma de la arepa que tanto extrañaba.
Lewis, por su parte, se adaptó rápidamente a la nueva escuela. Al principio extrañaba a sus amigos de Venezuela, pero pronto se conectó con otros niños inmigrantes. Los dos jugaron fútbol juntos y exploraron parques de la ciudad. La risa de Louis resonó en el aire, un sonido que trajo esperanza y alegría a su madre.
Historias de esperanza
Una tarde, mientras compartían una merienda, Ana les propuso un carnaval en la ciudad de Venezuela. La idea era celebrar su cultura, su comida y su música, y al mismo tiempo acercarse a los brasileños. María, emocionada, se suma a la planificación. Juntos cocinaron arepas, halcas y dulces típicos, compartiendo risas y anécdotas de su tierra.
El día de la fiesta, la plaza se llena de color y alegría. Las banderas venezolanas ondeaban con la brisa y el aroma de la comida se mezclaba con la música. Se acercaron muchos brasileños, curiosos y amigables, deseosos de conocer más sobre la cultura venezolana.
María estaba orgullosa de ver a su hijo bailar al ritmo de la música y la samba venezolana, rodeado de nuevos y viejos amigos. En ese momento comprendió que a pesar de las dificultades, habían encontrado un lugar para empezar a reconstruir sus vidas.
La fiesta acabó entre aplausos y sonrisas. Todos los rostros de la multitud hablaban de lucha y esperanza. María miró a su alrededor y se dio cuenta de que, aunque Brasil era un país nuevo para ellos, había comenzado como un hogar.
Bajo los cielos brasileños
Con el tiempo, el equipo de Venezuela se convirtió en una familia, apoyándose mutuamente en cada paso del camino. Juntos enfrentaron desafíos, celebraron logros y, sobre todo, aprendieron a encontrar la belleza en lo cotidiano bajo el cielo brasileño.
Entonces, mientras las estrellas brillaban sobre Boa Vista, María sonrió, sabiendo que a pesar de la distancia, la esencia de su hogar siempre estaría en su corazón.