Como una película -y todo aficionado al Séptimo Arte puede dar fe de ello-, Simón exhibe un guión impecable en su pulso de electrocardiograma; una cinematografía que nos transporta en el tiempo y el espacio; y actuaciones naturales, excepcionales por su rigurosa verdad.
Pero más que una película de ficción basada en hechos reales, Simón, la primera película de Diego Vicentino, es sobre todo el retrato suspendido en el tiempo de un país en trance.
Y son raros los casos en los que uno queda satisfecho con lo que se ve en sus cuadros.
Dice el lugar común que el tiempo pasa como si nada, sin que nos demos cuenta. Por eso es difícil escribir, filmar, contar años vivos y dormidos como 2014 y 2017; sobre personas que conocemos; de las anécdotas que siguen sacudiendo; sobre testimonios de víctimas de torturas y detenciones arbitrarias; sobre los asesinatos a sangre fría de jóvenes estudiantes asesinados con disparos certeros en la cabeza o el torso por fuerzas al servicio del Estado.
Otro dicho común es que la realidad supera a la ficción, y quizás por eso es tan difícil recordar el arte para contar una historia conocida por todos y al mismo tiempo dejar una huella trascendente.
De eso trata esta película: de cómo sacar los esqueletos guardados debajo de la alfombra, colgados del árbol del patio, de los guardabarros de nuestras carreteras, sin que sea tan obvio como un panfleto.
Simón la película
Seguramente habrá miles de gigabytes de artículos como este, montones de libros, horas de podcasts y YouTube, diversos cortometrajes y videos sobre la tragedia que ha vivido y sigue viendo Venezuela.
Es sólo que, como personaje, este es un país muy rico. Es uno de los pocos en cualquier continente que ha materializado un milagro adverso: cuando se creía que todo podía ir bien, con todas las condiciones para salir bien, e incluso saltó a la primera fila de los países desarrollados del mundo, marchas invertidas. ir al infierno Pero esto sucedió hace mucho más tiempo, mucho antes de los acontecimientos que sustentan a Simon the Film.
Simon no está en eso. Por eso, sin hacer caso a tantos trucos y consejos en contra, es mejor que vayas al cine para que todos puedan ver esa foto sin photoshop y preguntar y resolver sus dudas.
Esta es sin duda una de las mejores películas de la cartelera venezolana, de cualquier procedencia, desde Hollywood hasta Bollywood. Y, al dolor del palo chovinista quien defiende con ferviente ignorancia que aquí se encuentran “las playas más hermosas del Caribe, las mujeres más bellas y las primeras reservas de petróleo”, Simón no es algo que deba llamarse cine venezolano… es cine internacional, en todo caso hecho por venezolanos… de afuera, muy acorde con estos tiempos de diáspora y exportación neta de talentos y areperes.
Y éste es uno de sus mayores atributos: consigue hacer de un tema local, como es la lucha de este país solitario contra un régimen opresivo, uno, o más bien varios temas universales, de los que aparecen en toda historia escrita, filmada o grabada. . … en piedra: las del odio, el amor, la culpa, la traición, el abuso de poder de algunos uniformados, la esperanza y la desesperación, la redención y el perdón.
Todo cuenta desde los personajes que están a nuestro alrededor, los que nos quedamos en Venezuela y los que se fueron con sus sueños, esperanzas, recuerdos y mentiras a otros lados.
Por eso resaltan como un grito velado las actuaciones de un Christian McGaffney, que con la visceralidad de una luna llena en las dunas de Coro, encarna las contradicciones salvajes y el síndrome postraumático de un país con un pie en el otro. fuera de. Un país cuyos habitantes se debaten entre el nihilismo y la culpa; entre el “esto estaba arreglado” y la letanía de los nueves de las víctimas, la sombra de los estandartes y las rumiantes promesas de sus gobernantes.
Tenemos un Franklin Virgüez que encarna el mal, destilado como un ron añejo: se llama Coronel Lugo y está enmarcado en un juego de luces, lentes, miradas y rictus precisos.
Nos asiste Jana Nawartschi, en el papel de Melissa, la gringa buena que representa esa comunidad internacional que entre emoción y “Mira lo que poda” traducción morosa de la “Es una pena, pero en realidad no es nuestro problema”nos observa desde lejos, sin poder hacer nada definitivo para cambiar nuestro destino.
De forma un tanto sutil y por tanto poderosa, Simón también nos habla del perdón y del olvido; del exorcismo de los abrazos sinceros; de la presencia eterna de los que ya partieron; de la urgente necesidad de avanzar.
Habla de derrotas que aún no se han rendido “No hemos hecho lo suficiente”; y entender que, más allá de cualquier circunstancia, este país es como un juego colectivo, porque “o jugamos todos o nos falta la pelota”, como dice el protagonista.
En este momento hay una creciente lista de gorilas hambrientos de censurar una película que estos complacientes cómplices prehistóricos tal vez ni siquiera hayan visto. La ironía es que Simón no es una película que incuba odio o rencor, sino perdón y abrazos, por encima de culpas e ilusiones destrozadas.
Pero, como dice un viejo poema, cuyo nombre ya ha sido olvidado, “Entre el perdón y el olvido hay una distancia inmensa/ Puedo perdonar la ofensa, pero nunca olvidarla.”
Spoiler: Simón no habla ni finge olvidar, no juzga a sus personajes… o como habría dicho un Guardia Nacional y estudiante en una calle de Caracas en febrero de 2017: “cada uno sabe dónde cae su vuelo”.