El alboroto es constante. Los gaiteros, unos chamos de entre 15 y 16 años de edad, en su mayoría estudiantes del último año de bachillerato, suben y bajan del escenario. Todos intercambian miradas tratando de comprobar si los instrumentos, las bailarinas y el equipo de protocolo están ubicados en su lugar. Cierta calma aparece cuando las luces bajan y desde la oscuridad escuchas ese sonido que identifica a un Festival Intercolegial de Gaitas: repique de tamboras. Luego se une el cuarteto de voces y el teclado. El resto del ensamble musical se suma y el show comienza. Durante casi 20 minutos, la atención no se despega del escenario, especialmente la de aquellas personas que durante años han seguido la tradición gaitera escolar. Hay que verlo todo porque cada espectáculo genera expectativas: ¿qué nuevo paso hacen las bailarinas? ¿Quién es el cantante que desafina o alcanza los mejores agudos? ¿Por qué ese colegio lo hizo diferente? Presentación del Colegio Champagnat en el Gaitazo Centenario del Santa Rosa de Lima. Fueron el penúltimo colegio del día, pues en esa jornada dos instituciones hicieron su festival. Foto: María José Dugarte. Lo curioso es que todo ocurre en una cancha deportiva institucional que por un día se convierte en un auditorio al aire libre. En esa jornada, un colegio anfitrión recibe a más de 20 grupos gaiteros de otras instituciones privadas. Las actividades pueden arrancar antes de las 10:00 am y extenderse hasta las 12:00 am. En «las gaitas» encuentras todo lo que verías en un festival de alto nivel: stands de marcas tradicionales, tarimas con las pantallas más modernas del mercado, feria de comida con presencia de restaurantes reconocidos, bazares, parque de juegos y zonas vip para padres. Público del Colegio Santa Rosa de Lima. Muchos son chamos de años inferiores de bachillerato e incluso de primaria que ven el show con admiración. Foto: Betania Ibarra. Hasta casi el día de Navidad, esa dinámica se puede encontrar en varios colegios de Caracas durante los fines de semana. Es evidente que el evento, inolvidable para tantas familias, es ajeno para gran parte de la población venezolana, que vive otra realidad económica. ¿Cuánto cuesta participar? ¿Cómo se audiciona y quién elige a los participantes? ¿Realmente son gaitas? ¿La competencia es sana? ¿Por qué el festival sobrevive a pesar de la crisis? Estas son algunas preguntas que cualquier persona se hace mientras presencia este evento y aquí responden quienes por años han vivido y preparado tal experiencia. Nueve meses: todo o nada por las gaitas Cada mes de noviembre, desde hace más de 20 años, inicia el recorrido del Festival Intercolegial de Gaitas de Caracas. Llegar a la primera fecha de presentación implica un trabajo de preparación que, en la mayoría de los casos, arranca en marzo con las audiciones de los estudiantes. Hay puestos para el grupo de canto, armonía, percusión, baile, protocolo y redes sociales. Para quien toda la vida ha soñado con estar en gaitas, los primeros tres grupos son la meta. Sin embargo, otros prefieren una participación de bajo perfil para no dejar de vivir la experiencia. En ambos casos, no solo basta el talento. Ensayos previos al Gaitazo del Santa Rosa de Lima en el Colegio Champagnat. Un joven gaitero tuvo que tocar la batería y a la vez los timbales para suplantar a un amigo que no estaba. La tradición gaitera también se trata de resolver. Foto: Betania Ibarra. «Nosotros, en el mes de marzo, le pedimos a los muchachos que se anoten en unas listas. Venimos al colegio y vamos pasando a uno por uno para probarlos. En el área de armonía normalmente hay muchachos que saben tocar un instrumento porque ya han estudiado, pero en el caso de la percusión es distinto. Llegan completamente de cero. Y nosotros hacemos la experticia en esas audiciones. Ahí los probamos a ver si tienen ritmo y tiempo. Luego, tomamos la decisión de quién puede tocar cada uno de los instrumentos», cuenta Luis Alfredo Ayala, músico y director general del grupo de gaitas del Colegio Champagnat, quien tiene 32 años de experiencia en el montaje de estos eventos. Vocalistas del Colegio Champagnat. Hay colegios que pueden ensayar todos los días y algunos solo tres veces a la semana. Mientras más ensayos se planifiquen, mejor es el show. Foto: Valentina Rivas. La primera decisión sobre quién toca un instrumento no es definitiva. Se pueden dar cambios mientras se agudiza el oído durante los ensayos. Por ejemplo, es posible que de la tambora alguien pase a la charrasca porque lo puede hacer mejor. En el caso de la Academia Merici, una institución únicamente para niñas, la preparación es más temprana. «Nosotros entre el 10 y el 15 de enero comenzamos a hacer audiciones. Aquí las niñas audicionan para todos los grupos y allí vemos todos los talentos que tenemos. Lo vemos los directores de música y baile, y empezamos a seleccionar a las niñas donde más se necesita. Esto toma 11 meses de trabajo», cuenta Alfredo Pereira, director de baile de las gaitas de la institución y de Pentagrama, una academia de baile de Caracas. Siempre debe haber un orden al momento de ensayar y tocar en vivo, pero también se trata de disfrutarlo. Foto: Valentina Rivas. Tanto en el Colegio Champagnat como en la Academia Merici la participación es exclusiva de los estudiantes de quinto año de bachillerato. El hecho de que sea así tiene sentido para los directores: «Es una forma de unir a la promoción». «Aquí hay muchachos que han estudiado juntos toda la vida y nunca se habían hablado. Y llegan a gaitas y terminan siendo mejores amigos. ¿Por qué? Porque eso es lo que generan las gaitas intercolegiales: hay una hermandad muy grande», expresa Ayala. Sin embargo, esa «unión gaitera» solo es posible si pasas el proceso de selección y puedes pagar lo que se necesita. Quedar y no quedar: el problema gaitero Isabel Arcaya es estudiante de Comunicación Social. Fue gaitera del Instituto Andes de Caracas en 2019. A diferencia de la mayoría de sus compañeras, participar en el grupo de gaitas de su colegio no era su sueño: «Yo no quería participar, pero me agradaba la idea de estar con mis amigas y sabía que protobaile, como le decimos en nuestro colegio, era una buena opción porque era más barato y podía estar, pero no todo el año. Yo no me apasioné por esa movida para nada, pero sí quería una actividad extracurricular que me entretuviera y me hiciera sentir cercana a la promoción». El cambio de parecer generó aprensión en sus padres: «Estaban en contra de todo eso porque a ellos les parecía una exageración, una competencia. Y no te miento, el proceso sí parece así al principio porque es muy exigente, pero cuando llegamos a las gaitas, es una fascinación: mis papás empezaron a amar las gaitas. Sin embargo, el proceso es muy duro para las niñas. Es duro por el dinero que gastan los papás para que sus hijas estén ahí, y porque algunas no llegan a los papeles que desean o capaz no les dan el protagonismo que los papás sienten que sus hijas se merecen y ahí es más difícil». Cada colegio paga por tener videografos o fotógrafos durante su show. La idea es conservar la memoria de esa presentación con la mejor calidad para la posteridad. Foto cortesía de Tadeo Astorga. Para Isabel, las gaitas se complejizan cuando una joven no pasa el proceso de selección: «Está esta mirada de “yo no quedé y soy la excluida”, por ejemplo. En el Merici y el Andes es muy fuerte para las niñas que quedan excluidas porque están 60 personas en la promoción, 50 quedaron, 10 no quedaron y esas se pierden de una experiencia que comparten entre la promoción». De ahí que se hayan encontrado soluciones de integración: uno de ellos es el grupo protocolo, por eso el nombre protobaile, y el equipo de redes sociales, que se sumó en los últimos años. El Colegio Mater Salvatoris actualmente tiene un grupo de gaitas con 42 jóvenes. La mayoría aprendió a bailar con coordinación y a tocar instrumentos durante su temporada gaitera. Foto cortesía de Tadeo Astorga. Sobre el origen de estos cargos, Luis Alfredo Ayala, director general de las gaitas del Colegio Champagnat, dice: «A veces no tienen tiempo ni rítmica porque nunca han…
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Redacción - Voz Venezolana
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