Uno de los debates más importantes generados a partir de las primarias de octubre de 2023 y las elecciones previstas para el 28 de julio de este año, ha sido la posibilidad de que en Venezuela se produzca un proceso de transición hacia la democracia.La candidatura de Edmundo González respaldado por la Plataforma Unitaria despertó en la mayoría de la población la esperanza de cambio. A juicio de John Magdaleno, experto en Ciencias Políticas, quien se ha dedicado en los últimos 10 años a profundizar en el estudio de los procesos de democratización, Edmundo González “quizás sea el indicado para ofrecer ciertos incentivos y garantías a factores de poder, que contribuyan a destrancar la coyuntura crítica que podemos estar a punto de vivir”.
-Desde los tiempos de Hugo Chávez no se observaba una conexión emocional entre un líder político y la población como la que estamos viendo en este proceso electoral. María Corina Machado logró un efecto parecido a lo que se vivió hace más de 25 años. ¿Cómo observa esos dos momentos históricos?
-Ciertamente, María Corina Machado está despertando emoción en sectores de la población venezolana, pero me pregunto si tu primera afirmación es exacta. Sobre todo porque, cuando recuerdo varios momentos de estos 25 años, encuentro que sí hubo conexión emocional entre sectores significativos de la población y ciertos líderes políticos opositores.
Por ejemplo, en las masivas movilizaciones sociales de los inicios del mandato de Chávez, cuando se intentaba contener su ya visible autoritarismo, el liderazgo de Carlos Ortega generó cierta emoción. Otro punto de inflexión fue con Henrique Capriles en 2013, tras la muerte de Chávez. Su corta campaña de cara a la elección presidencial de 2013 generó mucha emotividad y hasta la expectativa de que estábamos cerca de un cambio político. Que no haya alcanzado el poder no significa que no haya generado, para utilizar tu expresión, conexión emocional.
Me resulta muy interesante tu invitación a comparar el momento en el que Chávez estaba a punto de llegar al poder y este; aunque hoy no tenemos total certeza de que se vaya a producir un cambio de régimen político. Pero para que no quede ninguna duda sobre lo que pienso: esta es la mejor oportunidad que hemos tenido en 25 años, como sociedad, de aproximarnos a una transición a la democracia. Observo que la irritación, la rabia, la frustración acumulada de expectativas y -en general- el malestar colectivo, se han venido canalizando mediante el surgimiento de una esperanza. Es la esperanza del cambio. Es lo que algunos psicólogos llamarían un “reencuadre” de las emociones.
En 1998 había un gran malestar acumulado por múltiples razones: el deterioro de las condiciones de vida; la inestabilidad sociopolítica que expresan el “Caracazo” y los dos intentos de golpes de Estado de 1992; y la cadena consecutiva de errores del liderazgo de los partidos tradicionales intentando “gerenciar” la crisis.
Hoy tenemos a un país que viene de experimentar un largo proceso de autocratización política, es decir, gravísimas violaciones de las libertades civiles y los derechos políticos, económicos y sociales; un proyecto que desaprovechó la oportunidad histórica que le ofreció el enorme flujo de divisas derivado del boom petrolero; una crisis institucional aún más profunda y sistemática que no sólo socavó el Estado de Derecho sino, peor aún, las capacidades estatales; una enorme crisis económica cuya principal responsabilidad hay que localizar en los innumerables desaciertos de las administraciones de Chávez y Maduro en materia de política económica, empezando por el largo ciclo de desincentivos que inauguraron las expropiaciones; y una sociedad fatigada del conflicto y la narrativa polarizadora, de cuyas consecuencias el liderazgo oficialista no parece percatarse hasta la fecha. Cuando escucho los discursos de altos personeros del chavismo, constato su nivel de divorcio de la realidad. Es impresionante.
-Hay una oferta de cambio en la campaña de Machado y Edmundo González, pero al mismo tiempo no se destacan ofertas populistas para la gente y por el contrario se les dice que su trabajo y participación serán la clave para desarrollar el país junto al empresariado
-La expresión “populismo” equivale, en muchos círculos políticos y sociales venezolanos, a “demagogia”. Pero el “populismo” es, en verdad, un tipo de proyecto político, un modo de interpretar la realidad y, por ello mismo, una cultura política, y un estilo de relación que se propone, en muchas ocasiones por la vía de la imposición, entre el Estado y la sociedad. Es un proyecto que se propone elevar retóricamente al “pueblo” a la categoría de “sujeto político” de primer orden mientras, por otra parte, en la práctica se socavan y hasta conculcan sus libertades y derechos. Sólo el tiempo dirá si aún queda algo de populismo en Venezuela o si, por el contrario, estamos en medio de una ruptura epocal con esta larga tradición política.
Ciertamente, no hay grandes ofertas político-electorales en la campaña formuladas en la clave demagógica y clientelar de costumbre. Si se me permite un comentario jocoso, tampoco hay mucho dinero disponible como para practicar ese “deporte suicida” por estos tiempos. Pero eso no significa que no se le esté ofreciendo nada al país del lado de la oposición. Las ofertas que se vienen formulando son muy gruesas como para que pasen desapercibidas: redemocratización, progreso económico y reconciliación social desde las bases. Ya eso sería más que suficiente para desarrollar muchos planes y programas.
-Con Edmundo González como candidato también se observa un cambio de paradigma muy distante al líder populista que suele ofrecer todo lo que le va a regalar a la gente, atacar al adversario, descalificar y utilizar un lenguaje agresivo
-Eso que señalas es, en mi opinión, el mayor acierto de Edmundo González Urrutia. Sobre todo porque me comunica que entiende muy bien los desafíos que supone estimular el inicio de una transición a la democracia, algo que muchos líderes opositores no parecen haber entendido en el pasado. Reducir los costos de salida de factores de poder de un régimen autoritario implica poner en práctica unas cuantas habilidades políticas que Edmundo encarna hoy. Machado está haciendo su trabajo motivando al país; pero no tengo duda alguna de que el papel de González Urrutia es ser uno de los principales facilitadores de la transición. Su talante sereno, reposado, muy característico de un diplomático experimentado de carrera, es un activo muy valioso en este momento.
Quizás él sea el indicado para ofrecer ciertos incentivos y garantías a factores de poder que contribuyan a destrancar la coyuntura crítica que, sospecho, podemos estar a punto de vivir. Incentivos y garantías que no se ofrecerían por “buenismo”, como dicen los muchachos hoy en día en las redes con gran desconocimiento de los procesos de transición, o por “hacerse la vista gorda” respecto de las gravísimas violaciones cometidas por instituciones y funcionarios públicos a lo largo de años. Se trata de incentivos y garantías sin los cuales puede que no se inicie una transición a la democracia.
Como lo he explicado una y otra vez a lo largo de diez años, si queremos justicia necesitamos reconstituir el Estado de Derecho. Y para ello es imprescindible que se inicie una transición a la democracia. En política, el orden de los factores sí altera el producto. De modo tal que los primeros interesados en que haya, a la postre, justicia, deberían ser los primeros interesados en facilitar una transición a la democracia. Con impulsividades y “muchachadas” lo que puede terminar ocurriendo es que se obstaculice el proceso. El coraje y el “espíritu de lucha” ayudan, pero sin inteligencia estratégica no se va a ningún lado.
-Desde la filas del oficialismo también vemos una campaña atípica. Tres figuras muy radicales son las que han salido a hacer recorridos de campaña: Jorge Rodríguez, Delcy Rodríguez y Diosdado Cabello. En sus discursos no hay ofertas de mejorar el país. La campaña se centra en atacar a María Corina y a Edmundo González como los responsables de que EEUU y la Unión Europea hayan aplicado las sanciones
-La campaña del oficialismo es una señal de decadencia política y de la pérdida de noción de realidad de los principales líderes del oficialismo. No pueden ofrecer nada creíble porque han incumplido las promesas fundamentales del proyecto político original. Para muestra un botón: desde hace años se toma a chiste cualquier oferta relevante del oficialismo. Perdieron la confianza y la credibilidad de una mayoría abrumadora del país. El problema de fondo es la ineficacia reiterada de unas fuerzas políticas que administraron una cuantiosísima suma de recursos económico-financieros disponibles.
-¿Cómo observa la ausencia de Maduro en recorridos por el país? Solo hay actos puntuales muy vigilados.
-La ausencia de Maduro en actos multitudinarios de campaña es otra expresión de lo que han cultivado: el rechazo de una mayoría de la población y el temor a que ese rechazo sea aún más visible públicamente. En cierto sentido, es una expresión de claudicación política, aunque la retórica oficial intente comunicar lo contrario. Fue paradigmático que enviaran un “doble” de Maduro a La Vega, después de haber ofrecido ir. Las tomas cerradas que se observan en cada evento público del oficialismo son una evidencia de su dificultad para movilizar masivamente. Es impresionante la cadena consecutiva de errores que el oficialismo viene cometiendo desde el año pasado.
-En las últimas dos décadas las autocracias han tenido un ascenso en el mundo por encima de las democracias. Sin embargo, en América Latina parece que se está produciendo un fenómeno inverso y los regímenes autocráticos cerrados como el de Venezuela, Cuba, y Nicaragua están sufriendo fuertes reacciones de la población que exigen libertades democráticas y económicas.
-Es correcto. Desde los años 2011-2012 puede hablarse de la llegada de la “Tercera Ola de Autocratización” en el mundo. Ha crecido el número de las autocracias electorales -incluidas las competitivas y las hegemónicas, sus dos subclases- y las cerradas. La autocracia venezolana emerge entre los años 2002 y 2003. En mi modesta opinión, ya en 2002 existen los contornos esenciales de un régimen autoritario, aunque para el V-Dem Institute de la Universidad de Gothenburg, de Suecia, la autocracia electoral se instala finalmente en 2003.
El tipo de autoritarismo que instala Chávez es competitivo, si echamos mano de la caracterización que propusieron Steven Levitsky y Lucan Way. Pero es el mismo Chávez quien va colocando las bases, ulteriormente, del autoritarismo hegemónico, un tipo más severo y amenazante. Es en 2016, tras las elecciones parlamentarias, cuando ya se puede hablar de la instalación de este tipo de régimen en Venezuela, fundamentalmente por la gravedad y magnitud de las violaciones de garantías que se cometen. Es decir, es Maduro quien remata la faena.
Ahora, utilizando la misma contabilidad del V-Dem Institute que clasifica los regímenes políticos de 179 países en el mundo, no siempre los regímenes autoritarios han superado en número a las democracias. Creo recordar que desde 2016, la fecha en que empiezan a aparecer los reportes anuales de esa institución sobre el estado de la democracia en el mundo, ha habido dos o tres ocasiones en que las autocracias han superado en número a las democracias, y por muy poco. Más bien, ha sido cada vez más frecuente que estos reportes han reflejado una disputa muy cerrada por la mayoría de los regímenes políticos en el mundo. Pero ya sólo eso debería ser motivo de profunda preocupación y ocupación.
Lo que podríamos llegar a ver a escala global, en lo sucesivo, es una respuesta colectiva -quién sabe si trasnacional- frente a los autoritarismos. Pero no esperemos que las grandes potencias mundiales se pongan de acuerdo sobre una estrategia conjunta, aunque ello ayudaría. Las sociedades tenemos la responsabilidad, contra toda dificultad, de fabricar nuestras propias salidas democratizadoras. Nadie dice que es fácil, pero no podemos desembarazarnos de esa responsabilidad.
Personalmente, asumo que esa es la misión de mi generación y de aquellas que hayan desarrollado una auténtica conciencia democrática, aquí y en cualquier parte del mundo. Por eso he consagrado 10 años de mi vida al estudio de los procesos de democratización, sin contar con financiamiento ni soporte institucional alguno. Tenemos que ofrecer nuestro aporte, por más modesto que sea, a la redemocratización de Venezuela. Y si lo logramos, podemos exportar un amplio repertorio de experiencias al mundo autocratizado. El 28-J es una oportunidad para poner en práctica lo aprendido y para demostrar que no es imposible. Entre 1900 y 2019, como demostró un estudio académico del año pasado, en el mundo se han producido 145 episodios exitosos de democratización. Históricamente, no es imposible.