El asesino Comienza con varias secuencias plácidas que muestran un París silencioso. Un hombre mira por una ventana la calle y el edificio que tiene delante, deja pasar el tiempo y reflexiona sobre el acto de matar. Así comienza la que, quizás, sea la película más refinada, mejor construida y alegórica de David Fincher, conocido por su obsesión por los personajes marginales y violentos.
El asesino, interpretado por Michael Fassbender, también lo es, sólo que a diferencia de muchos otros personajes del director, no forma parte del contexto que rodea un suceso violento. Es la encarnación del propósito del asesinato, del poder perturbador de cegar la vida de otro ser humano. El criminal perfecto y con todos los recursos para serlo a tu mano.
La adaptación de la novela gráfica de Alexis “Matz” Nolent es, en realidad, una disección de todas las razones, grandes y pequeñas, que sustentan el mal moderno. Un tema de moda, que Martin Scorsese exploró a fondo y minuciosamente. Los asesinos de la luna de las flores, pero que David Fincher toma a la primera persona sin la carga de recrear un hecho histórico.
La historia de su asesino anónimo -que en su versión en papel apenas recibe el nombre de “cristiano” sin más ceremonias- es también la de las diferentes versiones de la avaricia, la codicia y la despersonalización de una época de inmensa soledad. Al menos es la primera capa del mensaje de este thriller de aire filosófico que sigue a un hombre que conoce el significado de la violencia y la saborea con detenimiento.
Pero no porque le guste, o en cualquier caso, a Fincher no le interesa convertir a su misterioso personaje en un psicópata desalmado. El asesino de Fassbender carece de sentimientos más allá de la autoconservación. También la necesidad de hacer preguntas claras sobre lo que te llevó a la encrucijada en la que te encuentras. Cuando comienza la película, comete un error imperdonable, que le lleva a una huida poco elegante y, eso sí, muy relacionada con su evolución interna.
Fincher, especialista en personajes lejanos y periféricos, encuentra en Christian un horror sin precedentes -el de morir o matar- pero, al mismo tiempo, la sorpresa de darse cuenta de que no puede hacer nada más que intentar sobrevivir, incluso de él mismo.
Un largo viaje a través del terror
Siete (1995) de David Fincher llegó a crear un nuevo tipo de percepción sobre esa noción de agresión, crimen y violencia, en medio de matices dramáticos y una sólida comprensión de los pequeños horrores de la naturaleza humana. Pero además, Fincher analizó la naturaleza criminal -el asesino en la sombra- desde una nueva perspectiva que cambió los códigos visuales y semánticos que se habían utilizado sobre el tema hasta entonces.
Duro, estéticamente innovador, a medio camino entre un thriller de suspense y algo más ambiguo, Siete analizando la naturaleza del mal, reportando por primera vez la mirada del asesino como método y la percepción de una idea más transgresora y macabra.
Algo similar sucede en El asesino, en el que Fincher prueba todo tipo de códigos visuales y se permite muchas concesiones argumentales. Todo para explicar la autodestrucción y la desesperación como un elemento visual más de su propuesta.
En la película, todo está más o menos fuera de lugar, desenfocado, muy herido por un pesimismo existencialista que se extiende como una visión del mal que afecta a todos los elementos de la película.
La capacidad de Fincher para crear atmósferas insalubres hace que, incluso en sus momentos crueles y duros, Siete Será una mirada completa al miedo, a lo que consideramos humano, irracional. La raíz del miedo. Un enfrentamiento directo, sin concesiones y con absoluta audacia, contra la noción emotiva y establecida del asesinato. El asesino mata porque quiere, lo disfruta y sin otro motivo aparente que el asesinato en sí. Un sacudón argumentativo contra lo establecido y esa línea difuminada que consideramos normalidad.
Otro precedente inmediato en El asesino es lo subestimado y perturbador Zodíaco (2007). La película sigue paso a paso la investigación a lo largo de dos décadas del asesino que aterrorizó a San Francisco a finales de los 60 y principios de los 70. David Fincher elabora una cuidadosa comprensión de las vísceras del monstruo del mal y los husos, de pulso constante y enorme narrativo. poder, con la forma y el fondo de su magnífica adaptación de la historia. El guión de James Vanderbilt, basado en el libro de Robert Graysmith, no sólo está lleno de interés, detalle y buen arte narrativo, sino que también crea una atmósfera específica que apoya la percepción del asesinato como el de un depredador en las sombras.
Del mismo modo, El asesino Es una mirada al crimen. Hacia la perspicaz necesidad de Fincher de mostrar el horror en profundidad y perfila su cara oculta como huella de lo más horrible de la naturaleza humana. Con un ritmo perfecto y una impecable combinación de narración objetiva y reflexión subjetiva, la película crea un mosaico sobre la naturaleza humana que sorprende por su efectividad.
Al final, el asesino podría ser cualquiera.
Quizás por el aspecto introspectivo, procedimental y lento de Fincher, sorprende su decisión de centrarse en la línea de la violencia, en un viaje pseudoespiritual. El asesino Es más simple de lo que cabría esperar, pero ese lento nihilismo es sólo la primera capa de muchas. Poco a poco, el asesino va mostrando sus matices, sus horrores e incluso sus virtudes.
Todo mientras disparas con un pulso perfecto (solo cometes un error y serás mortal) y recorre el mundo sin identidad ni personalidad real.
La película, que depende enteramente de su ritmo interno y de esa elaborada concepción del crimen –el mal interno– muestra el acto de matar como un evento mensurable y cuantificable.
El asesino destaca por combinar lo mejor de Siete y el más intrincado y revelador de Zodíaco para crear un híbrido curioso y desconcertante sobre la violencia. Con su criatura fugitiva y furtiva, que no busca redención, sino sobrevivir, la película logra un equilibrio ideal entre la idea y la concepción del crimen como un hecho humano.