Agatha Christie estaba obsesionada con los venenos y los lugares misteriosos. Algo que dejó claro en su primera novela, escrita cuando tenía once años, en la que narraba un asesinato en Egipto. Más allá de la torpe historia con un héroe bigotudo -el primer anuncio de Hércules Poirot-, esta narrativa adolescente, incompleta y llena de errores, mostraba la ambición del futuro escritor. Las largas descripciones de pasillos oscuros, bebidas venenosas que amenazaron la vida de los personajes y finalmente, el gran descubrimiento del asesino, siguen presentes en su obra adulta. También las ganas de ahondar en el horror y el miedo con elegancia.
“Hunt in Venice” de Kenneth Branagh rinde homenaje a ese núcleo reconocible de las historias de Christie. Y además hace otra cosa: demuestra que su manera de contar sigue vigente. No importa que sus libros hayan sido adaptados de decenas de maneras diferentes y que el director no tenga el pulso necesario para convencer, la película se detiene en medio de todas las miradas a la obra literaria de la que procede. En una Venecia enigmática, de aire sobrenatural y ligada a las dos películas anteriores a través de una precisa cronología, la película es un homenaje y también el reconocimiento de que Christie es parte central del cine de suspense y del thriller procedimental.
De la misma manera que descubrió Sidney Lumet en 1974 cuando adaptó “Asesinato en el Orient Express”, es evidente que Branagh entiende que su argumento es poderoso a través de lo que no muestra. Así, durante los primeros minutos y durante la presentación de la terrorífica casa en la que se desarrollan todos los acontecimientos, el cineasta juega con lo lúgubre. Atrás quedaron las proyecciones kitsch y multicolores que dieron vida a Egipto en “Asesinato en el Nilo”. Ahora, todo el ambiente es claustrofóbico, temeroso y ligado al miedo mortal a los espacios pequeños y graníticos. Lo que convierte la película, casi sin querer, en una historia de terror.
Un universo en expansión
La nueva narrativa en el Agatha Christieverso que Branagh intenta descubrir, adaptando el libro “Las Manzanas”, publicado en 1969. No es lo mejor del autor, pero sí el único que tiene una conexión directa con lo paranormal y lo siniestro. Es su ficción más cercana al gótico, lo que la vincula, casi accidentalmente, a las miradas lúgubres hacia lo desconocido de Ann Radcliffe y las Brontë.
Branagh, que lo sabe, convierte ese rasgo distintivo en el núcleo central de la película, lo que la aleja de la historia original. Pero en este caso, la desviación lo beneficia y convierte una trama olvidable en una pequeña y suntuosa versión de una mirada al escepticismo en contraposición al horror tradicional. Venecia, luminosa durante el día y macabra en cuanto se pone el sol, es el lugar ideal para un nutrido grupo de sospechosos que atraviesan un palacio lleno de puertas cerradas y sombras furtivas. Todo mientras la espiritista interpretada por Michelle Yeoh se esfuerza por convocar al fantasma de la hija muerta de Rowena Drake (Kelly Reilly).
Por supuesto, la sesión anunciada demuestra la credulidad -o la fría lógica, según se mire- de Hércules Poirot (también interpretado por Branagh), esta vez un viejo jubilado en busca de retos intelectuales. Y esto es todo: el veterano detective deberá decidir, basándose en el método científico, si las presencias sobrenaturales que aparecen y desaparecen son reales o una elaborada trampa para algo más complejo.
Poco a poco, la cinta teje su propia red y envuelve a los personajes en su fino hilo. Ariadne Oliver (Tina Fey) está decidida a encontrar la verdad, pero al mismo tiempo a demostrar que Poirot se equivoca en su incredulidad. Por otro lado, la doctora Leslie Ferrier (Jamie Dornan) es un rostro hierático, que parece vincular su duro pasado con algo extraño. Lo mismo podría decirse de Maxime (Kyle Allen), una presencia sigilosa que no hace más que aumentar las dudas en una noche interminable de miedo.
Christie está en todas partes
Desde la saga “Knive Out” de Rian Johnson hasta la magnífica versión de “Crooked House” de Julian Fellowes (el cerebro detrás de “Downton Abbey”), las variaciones del mundo de Christie dependen directamente de la imaginación y el ingenio del jefe de turno. Branagh, que ya ha demostrado que sabe lidiar con lo gótico en “El Frankenstein de Mary Shelley”, logra imprimir una cierta belleza triste y crepuscular en este desafortunado capítulo de su extensa obra. Pero con todo consigue algo concreto: da una gran personalidad.
Para su segundo acto, el mejor y más colorido, Branagh consigue hacer su película con trucos del género de terror tan antiguos como elementales, pero que en esta Venecia de la noche a la noche son bellos y elegantes. Mucho más, en su apoteótico final -más inspirado que la obra original- que deja algo claro: la Agatha Christieverso acaba de empezar.