Cinco años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Almirante José Prudencio Padilla había de recordar aquella tarde remota en la que venció a los realistas en el Lago de Maracaibo.
Comenzar esta historia evocando el párrafo inaugural de Cien años de soledad no es un capricho. El líder de la Batalla Naval del Lago, nacido en Riohacha, tuvo una biografía digna de cualquier relato de su paisano Gabriel García Márquez. Su vida, pasión y muerte parecen estar signadas por el hálito del realismo mágico. Como si se tratara del mismísimo Coronel Aureliano Buendía, aún hoy, 195 años después de su ejecución, su sola mención sigue generando ardores. Fue un héroe, sí, pero también un antihéroe y un enigma.
De madre wayúu y padre negro, vivió buscando reivindicación para su origen en una época donde el racismo era norma. Se estrenó como marinero a los 14 años en las filas realistas. A los 19 defendió la bandera de España en la Batalla de Trafalgar y estuvo 3 años en prisión de los ingleses. Fue amnistiado y volvió a Colombia con la ilusión del anonimato, pero una revuelta popular en Cartagena lo hizo ir tras el llamado de Bolívar. Conoció la gloria en Maracaibo, pero poco después fue víctima colateral de la fractura entre Santander y el Libertador. Acusado de conspirador, murió fusilado.
Echemos un vistazo a la vida trepidante de este hombre, a quien Venezuela le debe el triunfo de la última gran batalla de la Guerra de Independencia.
Todo comenzó en Getsemaní
Riohacha está a unos 200 kilómetros de Maracaibo, en el departamento colombiano de la Goajira, del cual es capital. Es un territorio ancestral indígena donde los españoles decidieron asentarse alrededor de 1530 debido a la abundancia de perlas en sus costas.
Hoy Riohacha es una ciudad turística de unos 300 mil habitantes, cuya plaza central está coronada por una estatua pedestre hecha en bronce de su más insigne ciudadano: el almirante José Prudencio Padilla, que, hay que aclararlo, el máximo título que obtuvo fue el de general, pero se le dijo almirante por la gloria que obtuvo en el mar.
En esta ciudad nació nuestro personaje, en 1784. Como ya mencionamos, su origen era obrero y mestizo. Su padre era carpintero y constructor de embarcaciones y a eso mismo estaba signado el joven José Prudencio cuando a los 14 años decidió romper con el destino que ya tenía escrito y embarcarse en un buque español como mozo de cámara. Ese primer viaje bastó para que se enamorara de los periplos a la buena del mar.
En 1803, a los 19, ingresó formalmente a la Real Armada Española. Su carrera marítima fue en ascenso, al punto acudir a Europa para defender los intereses de Carlos IV y de Napoleón I en la invasión a las Islas Británicas. Sirvió en las filas franco-españolas durante la Batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, pero aquí no lo acompañó el triunfo y cayó cautivo de los ingleses, quienes lo mantuvieron en prisión durante tres años.
Fue amnistiado y volvió a Colombia. Se asentó de nuevo en la costa, ahora en Cartagena, donde comenzó su vida otra vez lejos del estrés de la primera línea de batalla. Se desempeñaba como contramaestre. Parecía el fin de la historia, pero en realidad era el principio. Es justo aquí cuando llega el giro vital definitivo para Padilla.
Hoy el barrio de Getsemaní es una de las zonas favoritas de los turistas que visitan Cartagena. Su historia es la de un arrabal combativo que desde su fundación fue el hogar de la fuerza proletaria y parda de la ciudad. Allí vivía Padilla y allí mismo en 1811, como consecuencia del huracán independentista, tuvo lugar una revuelta que buscaba presionar a la junta de gobierno de la ciudad para que se declarase un “Estado libre, soberano e independiente”.
Padilla no fue indiferente a lo que pasaba y, antes bien, asumió cierto liderazgo entre sus coterráneos. Le hacían caso porque tenía la fuerza de un jefe, pero el fenotipo de uno más del barrio, moreno y de piel curtida. En medio de ese bullicio Padilla se enamoró de la idea de libertad y, aquí sí, comienza su gran gesta.
Con Bolívar en Haití
Padilla se embarcó entonces con el ejército patriota. Sus dotes de liderazgo y su experiencia como marinero eran útiles a la causa. A partir de 1812 se le registra participando en la campaña de liberación del Caribe neogranadino. Un año después conoce a Bolívar y ante la presencia del gran líder de la independencia sella su compromiso con el proyecto emancipatorio.
En 1815 pasa de todo. Lo ascienden a Alférez de Fragata por su actuación en la Batalla de Tolú. Por otro lado, comienzan sus desencuentros con el que sería su gran rival dentro de las filas patriotas: el general Mariano Montilla, caraqueño, quien lo acusó de traición y lo mandó a apresar. Fue liberado poco después en medio de más revueltas en Cartagena, que se encontraba bajo el fuego del realista Pablo Morillo.
Aquí Padilla logra huir en una goleta y llega hasta Haití, donde se encontró con el Libertador, que también estaba en el exilio buscando apoyo y reorganizando fuerzas. Lo acompañó en su expedición de retorno, que desembarcó en Carúpano el 1 de junio de 1816. Bolívar debió regresar a Haití, pero Padilla se quedó en Venezuela, integrándose a las tropas de otro militar de origen mestizo y también de historia controversial, el general Manuel Piar.
Al retorno de Bolívar a Venezuela, Piar fue fusilado y Padilla fue elegido para liderar las tropas compuestas por pardos, negros e indios. Fue, además, promovido a Capitán de Navío y a partir de allí tuvo una participación destacada en varias batallas y hazañas militares. Ya en 1821 había regresado a Cartagena con honores, venciendo en la llamada Noche de San Juan y conquistando la ciudad para los patriotas.
Esta última acción le valió los nombramientos de general de brigada, así como Comandante General del Tercer Departamento de Marina y de la Escuadra de Operaciones del Río Zulia.
“Se enseñoreó del Lago”
El currículo de Padilla como militar sagaz, marinero experimentado y bolivariano leal fue decisivo para que el Libertador le asignara la responsabilidad de recuperar Maracaibo, uno de los últimos bastiones aún realistas en la Gran Colombia.
La mancomunidad de naciones soñada por Bolívar era un hecho desde 1819, pero aún en 1823 la hoy capital del Zulia seguía bajo el mando español. Había sido invadida en el 22 y Bolívar estaba determinado a acabar esa situación de raíz con una acción naval decisiva. Padilla era el hombre indicado para estar al frente y, en efecto, no decepcionó.
Las crónicas de Rafael María Baralt reseñan que Padilla y sus tropas lograron horadar la barra del lago a inicios de mayo. Corrieron con la suerte de que Morales, el jefe español de Maracaibo, había desprovisto de cañones al Castillo de San Carlos, en la entrada del lago, así que la única oposición que consiguieron fueron tiros de fusil que parecían más bien zancudos. Así, estuvieron entrando cómodamente embarcaciones patriotas por seis días.
“A favor de esta feliz operación entró Padilla al lago y de él se enseñoreó. Constantemente vencedor en diversos encuentros con la escuadrilla española, fue dueño de cruzar libremente aquellas aguas, de interceptar los víveres que de la costa a la ciudad se enviaban y de mantener en fin a los realistas en constantes alarmas”.
Estuvo en ese patrullaje, recibiendo refuerzos, bloqueando el paso realista y calculando su estrategia hasta el mes de julio, y para el día 24, solo hacía falta una señal de la providencia para abrir fuego: el viento a favor. Ese día Bolívar estaba en Bogotá y celebraba sus 40 años.
Baralt habla de la batalla del Lago y de la actuación de Padilla como si de una poesía se tratara. “Ambas escuadras se preparaban para atacarse el 24 y solo esperaban por el viento, cuando los patriotas que lo tuvieron favorable a las dos de la tarde dieron la vela sobre sus contrarios. Arregerados estos esperaron el ataque con la desventaja de no poder maniobrar ni hacer uso de todos sus fuegos, a tiempo que los patriotas, dueños de moverse en todas direcciones, podían elegir el punto del ataque y presentarles alternativamente sus costados. Con esta superioridad dió Padilla a las tres y media de la tarde la señal del abordaje”.
“Como los jefes de los dos ejércitos habían puesto sus mejores tropas a bordo de los buques, el choque fue sangriento. Arrojáronse unos sobre otros con la saña del odio y el furor de la desesperación. (…) Nunca más ciego valor, más ira, más esfuerzos fueron desplegados por realistas y patriotas que en aquella batalla memorable que colocó la gloria de la marina de Colombia al par de la de su brillante ejército. Algún tiempo estuvo la fortuna indecisa: declarose en fin por los oprimidos contra los opresores, y Padilla venció, y las postreras esperanzas de los españoles desaparecieron. Dueño del lago, lo era de Maracaibo. (…) Así se vió libre Maracaibo, posición militar la mejor de Colombia”.
Solo cuatro horas duró la batalla. A las 6:45 ya había terminado todo.
Morales capituló el 3 de agosto con condiciones bastante favorables para su persona y sus tropas, logrando trasladarse a Cuba junto a sus más fieles colaboradores. En total, salieron de Maracaibo ocho barcos donde viajaban unas mil personas desterradas.
Por su triunfo en Maracaibo, Padilla fue ascendido a general de división, se le otorgó una medalla de oro y una pensión anual de 3.000 pesos. Al parecer esta compensación fue inferior a la que recibieron muchos otros de los jefes militares participantes en la campaña libertadora y al parecer esta discriminación venía dada por su origen racial.
También le decepcionó no recibir el cargo al que aspiraba y más bien ser nombrado subalterno de su archienemigo, Montilla.
Paradójicamente fue en este momento, cuando estaba bañado en gloria, cuando comenzó la caída de Padilla.
¿Traidor o falso positivo?
Hubo varios factores que influyeron en el ocaso de Padilla. Su enemistad con Montilla fue uno de los elementos del rompecabezas. No está determinada a ciencia cierta el origen de la rivalidad, incluso algunos autores refieren que todo comenzó con un “lío de faldas”.
Luego está el liderazgo de Padilla entre la población mestiza, indígena y negra de Colombia. Padilla era el único no blanco entre los generales poderosos de la Guerra de Independencia y eso llevaba a que lo vieran con recelo, sobre todo los que venían de la élite mantuana. Hubo un caso sonado por el cual Padilla hasta escribió una carta pública, y fue cuando a su mujer, también parda, no le permitieron asistir a un baile de sociedad.
Allí Padilla escribió en su texto Al respetable público de Cartagena: “La espada que empuñé contra el rey de España, esa espada con que he dado a la patria días de gloria, esa misma espada me sostendrá contra cualquiera que intente abatir a mi clase parda y degradar a mi persona”.
Padilla llegó a ser senador de la Gran Colombia y estando en el cargo comenzaron los desencuentros entre Bolívar y Santander. José Prudencio se consideraba aliado de ambos así que se encontraba en una posición incómoda.
Estos dos, por su parte, lo consideraban también un aliado, pero al mismo tiempo una amenaza porque pensaban que en cualquier momento podía despertar una guerra para instaurar una “pardocracia”. El propio Santander le escribió a Bolívar en julio de 1825: “Yo no sé cómo pueda destruirse el germen de la pardocracia, nada les gusta y todo les incomoda. Ellos lo quieren todo exclusivamente; pero debo ser justo con Padilla que hasta ahora es de los menos chisperos”.
Para hacer el cuento corto, revueltas en Cartagena llevaron a Padilla a pertrecharse nuevamente en Getsemaní. Su estandarte era defender lo consagrado en la Convención de Ocaña. Esto fue visto con malos ojos por cierta élite patriota, que lo apresó por conspirador.
Eran tiempos contrariados. En septiembre de 1828 ocurre el atentado a Bolívar del cual se salva gracias a la astucia de Manuela Sáenz, que lo hace saltar por la ventana de su habitación. A pesar de estar preso, Padilla fue acusado de ser partícipe de este atentado.
Su actuación rebelde en Cartagena y el estar supuestamente involucrado en el crimen, cosa al parecer era un falso positivo, llevan a Padilla a morir fusilado un mes después. Tenía 44 años.
Estirpe de antihéroe
Hoy Padilla es recordado con homenajes en Colombia y Venezuela. Su actuación en la Batalla Naval del Lago hace 200 años lo inscriben junto a los grandes de la guerra de independencia, y su recuerdo como líder de los oprimidos lo equiparan a esas grandes leyendas malqueridas, antihéroes, como Ezequiel Zamora, José António Paez e incluso José Tomás Boves.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, tiene un afán reivindicatorio con este prócer. Hace poco aseguró que Colombia le debe su independencia.
“El ejército libertador, ya una vez en Santa Fe hubiera sido derrotado, si el segundo ejército de la reconquista española hubiera entrado por Maracaibo, y adivinen quién lo detuvo: El hijo de un negro y el hijo de una wayuu”.
Es un poco triste, pero quizá la historia de Padilla, así como comenzó, también deba terminar como termina la máxima novela del Gabo: con ese suspiro de nostalgia que despiertan “las estirpes condenadas a cien años de soledad, que no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. ¿O sí tendrá otra oportunidad la memoria de Padilla, el gran vencedor de hace 200 años?