miEsta semana marcó otro año desde que apareció la Ley de Libertad, solo para extraviarse solo unos meses después de su aprobación y firma. Tras la aprobación el 5 de julio, el proyecto de Declaración de Independencia de Venezuela, elaborado por el diputado Juan Germán Rocío y el secretario Francisco Isnardi, fue aprobado el 7 de julio y seis semanas después, en agosto, se transcribió el documento. En el Libro de Actas y firmada por los delegados.
Al iniciarse la Guerra de 1812, el Congreso viajó a Valencia y los delegados se llevaron un libro que contenía otras disposiciones declaradas, entre ellas el Acta de Independencia.
El 14 de marzo de 1812, las fuerzas del realista Domingo Monteverde invadieron Valencia. La última sesión del Congreso sería el 6 de abril de ese año, y al día siguiente los delegados patriotas tuvieron que salir a toda prisa.
La Primera República ha caído. Los archivos del Congreso se han ido. Ante la violencia con que actuaron las fuerzas enemigas, muchos creyeron que el libro que contenía el Acta de Libertad fue arrojado al fuego.
Pero un día, específicamente el 23 de octubre de 1907, la señora María Josefa Gutiérrez, viuda del ingeniero Carlos Navas Spinola, reveló que estaba en posesión del libro Actas del Congreso de 1811. Como escribió, en una carta al historiador Francisco González Guinand, fechada en Valencia,
El 5 de noviembre de 1907 le fue entregado el prestigioso volumen de 1895 por doña Isabel La Hos de Austria, viuda del ingeniero José Donato Austria. Esta dama valenciana estaba emparentada con los Zavaletas, según González Guinand, “una familia iluminada por las agradables tertulias y sus virtudes y su ardiente republicanismo”. Doña María Josefa escribe que ya a los 80 años, Isabel de la José tuvo que mudarse a “una casa de menor capacidad que la que ella ocupaba”; Y, por su concesión, le dio “una pequeña biblioteca” que contenía un libro valioso.
Tras entregarlo, la Sra. de la Jose pidió que su biblioteca quedara en manos de sus dos sobrinas, que en ese momento se encontraban fuera de Valencia, a su muerte.
“Estas nueras”, – escribió María Josefa, “debido a la confianza que siempre me tuvieron, no quisieron disponer del mencionado depósito, y desconocían por completo la mayoría de los libros que se creaban. Principalmente contenían un precioso documento básico sobre nuestra libertad y nuestra libertad pública.
Esta aclaración es muy importante porque deja claro que tanto Isabel como María Josefa siempre supieron lo que tenían. Y, sobre todo, Isabel sabía el gran peligro que corría si los miembros de la familia real descubrían que la voluntad de independencia de Venezuela estaba más o menos escondida entre misales y libros de cocina que el texto enunciado. Ambas mujeres eran lectoras, ya partir de la redacción de su carta, comprobamos que María Josefa tenía mucha habilidad para escribir. Entonces estamos hablando de mujeres educadas y politizadas.
Sin embargo, en la carta de González Guinand, María Josefa se contradice.
“En estos últimos días”, escribe, “mientras revisaba estos libros, mi hijo Carlos hizo un descubrimiento invaluable”. ¡Cómo su hijo Carlos hizo este descubrimiento, pero ella sabía muy bien lo que su viejo amigo le había confiado! Nadie expuso su torpe juego de hacerse la tonta.
Como estaba en él, añadió: “Por lo tanto, no tengo ningún mérito en la salvación y conservación del documento trascendental, ni en su feliz descubrimiento. […] Reclamo el honor de conservar y descubrir este precioso libro a Valencia, y sobre todo a sus abnegadas y patriotas madres y doncellas. El Documento Trascendente pudo salvarnos de los horrores de nuestra gran guerra, especialmente de los terribles desastres de 1812, y de los indecibles sacrificios que sufrió esta ciudad en 1814. Hay un poema en ese libro: Fue Moisés quien se salvó, no del agua. El Nilo, pero un mar de sangre, un inmenso fuego de destrucción y muerte, tenía como extensión toda la república.
Entre los “Patriotas matronas” fue custodio del libro durante doce años. Fueron ella e Isabel quienes salvaron a ese Moisés del mar de sangre que el invasor transformó a Venezuela. Las citas del Antiguo Testamento y la fuerza de su prosa nos hablan de un espíritu culto y una sensibilidad vibrante. Ciertamente no era una Mensa, como si no supiera el valor y el peligro potencial de tal tesoro.
Sin embargo, en una pequeña generosidad, al menos, el historiador Francisco González Guinand y todos los hombres que luego señalaron la poderosa recuperación, la atribuyeron a la acción de una “divina providencia que es sabia y misteriosa”. Y, aún más humillante, afirma, que esta Providencia “quiere preservar de la corrupción las manos puras y simples”. Estaba agradeciendo al cielo que esos tontos no hubieran roto el libro para encender la estufa. “Manos puras y simples”: mujeres aburridas e ignorantes que nunca saben lo que les espera.
¡Incluso hubo un “historiador” que confirmó que este libro fue utilizado por algunas tribus para aumentar la altura del banco del piano y llegar al teclado! Según estos hombres, si una mujer tiene la Declaración de Independencia frente a ella, su torpeza es que en lugar de guardarla para la historia, la guarda… bueno, la parte.
Lo cierto es que la determinación de la mujer venezolana de enfrentarse al destructor de la patria y sus símbolos no es nueva. El Acta de Independencia fue firmada solo por hombres, pero si hoy existe y está a salvo en la academia histórica es porque dos mujeres, Isabel y María Josefa, se turnaron para defenderlo.
@milagrossocoro
Este artículo fue publicado en El Estímulo en octubre de 2018