con una espátula
Donde arde el fuego, las mujeres kichwas recuerdan el día que se enfrentaron a los mineros de oro que fueron atrapados hace tres años en el río Jatunyacu en la Amazonía ecuatoriana. Desde entonces, y en el bosque, también han luchado en las altas cortes contra el actual efecto nocivo.
“Nosotros hicimos nuestra propia lanza con un palo, un poste postal, y corrimos para acá a ver qué pasaba”, dijo uno de los integrantes de la guardia tradicional, Yuturi Warmi, en un ritual llamado “wayusa upina”, que se realiza desde temprano. por la mañana. Zona Serena., en zona Napo (norte).
Acompañado de un puñado de mujeres, que se reunieron para interpretar sueños como parte de la ceremonia, dijo que desde hace 18 meses los mineros ilegales ofrecen dinero al entonces presidente regional a cambio de permisos para explotar sus tierras.
“A las empresas mineras solo se permitirá el ingreso de muertos” o ilegales, sostuvo la mujer ante un grupo de periodistas, quienes pidieron permanecer en el anonimato para resguardar su seguridad.
Si bien en Serena se han opuesto al acceso de la minería, río abajo la historia es otra. La Defensoría del Pueblo de Napo ha identificado más de 30 frentes de explotación en las riberas de Jatunyacu, donde se vuelve a practicar el turismo por las corrientes rápidas y los paisajes.
En un recorrido de 21 kilómetros por el río, numerosos claros interrumpieron la espesa vegetación, mientras las excavadoras continuaban devorando el bosque.
A la espera de que la Corte Constitucional resuelva una acción extraordinaria de seguridad en la que los indígenas decidieron detener la minería en la zona, cambiar los contratos y reducir la deforestación, la explotación del oro sigue asustando a los turistas.
El ruido de la máquina y la destrucción del terreno es una pesadilla para los habitantes de Shandia, una pequeña comunidad que vive en la carretera.
“Ya nadie quiere pagar dos o tres dólares por ver un cementerio minero ilegal”, explicó Andrés Rojas, representante regional de la Defensoría del Pueblo.
“Es terrible, tiembla la tierra, está mal de noche (…) Tenemos miedo cuando vienen muchos turistas por escuchar que no quieren venir”, volvió a decir Graciela Grefa, de 64 años. artesano, dijo a la AFP.
Batalla legal
Los daños se agudizaron en 2020. “La minería en Napo tiene 25 o 30 años, pero saber que una empresa tiene 7.125 hectáreas preocupa a la ciudadanía”, dijo Rojas.
Las tierras alrededor de Jatunyacu fueron entregadas en su mayoría a la empresa china Terraearth, objeto de una batalla legal que escaló a la Corte Constitucional. La Defensoría del Pueblo y grupos sociales responsabilizaron a la empresa por dañar los tres ríos y evitar la consulta previa con las comunidades indígenas.
Pero los habitantes de Napo también enfrentan mafias mineras ilegales, a las que acusan de ser socios de la empresa y permitir que los habitantes usen sus tierras.
Terraearth se presenta en sus redes sociales como una empresa “responsable con el medio ambiente” y que “contribuye a la rehabilitación de zonas minadas por ilegales”.
Yutzupino es el centro de explotación irregular en Napo. Hasta diciembre de 2022 hay 125 hectáreas aceptadas para la extracción de oro, lo que equivale a 88 canchas de fútbol, según la Fundación Ecociencia, que monitorea el satélite de la Amazonía.
La zona siguió creciendo hasta que, en diciembre de 2023, un operativo policial empleó a 148 detectives en un área de 180 hectáreas.
Sebastián Araujo, profesor de Geociencias de la Universidad Pública de Ikiam, explicó que los niveles de cobre, plomo y cromo, “suciedad alta”, “nos oponemos mucho más altos que los vivos” en Yutzupino por la minería ilegal.
minería de “entierro”
En un área donde los ingresos del estado son escasos y la pobreza abunda, los ciudadanos pagan un dólar para ingresar a las zonas mineras y lavar parte del oro que muelen en sus tazones. Actividad respetuosa con el medio ambiente que los miembros de la comunidad han estado realizando durante décadas.
Rojas explicó: “Se meten en las trincheras que levantan los analistas para recoger las fichas que acaban de desenterrar.
Alba Aguinaga, científica de Ikiam, señaló que tras el ataque de los mineros ilegales, los artesanos quedaron marcados con un estigma por la acusación de apoyar a estas mafias.
“Si no tienes trabajo, si tienes una situación económica difícil, no hay muchas otras opciones que someterse a un pequeño salario a cambio de un trabajo ilegal”, dijo.
Además, “no hay una política pública que responda a la sobrevivencia” de las comunidades y mineros artesanales, agrega Aguinaga.
Rojas lamentó que: “El poder de recuperación del Estado no es suficiente para la organización de los mineros.
AFP